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Elecciones presidenciales, un punto de inflexión en la historia nacional.

Barranquilla, 8 de Febrero de 2.017

Por primera vez en décadas el asunto de la guerra no será usado como bandera determinante en las próximas elecciones presidenciales.

La firma de los Acuerdos de Paz del Teatro Colón con el que las FARC-EP transitan de grupo insurgente hacia movimiento político legal y la instalación de la Mesa de Conversaciones entre el Gobierno Nacional y el ELN, en Quito, Ecuador, son el acontecimiento histórico más relevante de los últimos 50 años.

Las fuerzas democráticas y revolucionarias del país tienen en sus manos una poderosa herramienta, que son los Acuerdos, ya que representan la hoja de ruta hacia la democratización de las instituciones, el mundo rural, el fin del exterminio del adversario como instrumento político y la consolidación de la Paz a partir de la Jurisdicción Especial para la Paz en la que todos los actores del conflicto tendrán que contar su responsabilidad en él para acogerse a sus beneficios, esto es, verdad para que no exista más impunidad.

El asunto plebiscitario le brindó a las fuerzas retrógradas y militaristas una nueva oportunidad para salir del fango en que se encontraban y modificó aspectos importantes del Acuerdo firmado en Cartagena.

En el imaginario colectivo existe la impresión de que las FARC-EP desapareció, en buena medida por los acuerdos firmados, por su estrategia política (pedir perdón público a las víctimas) y mediática (entrevistas, videos, participación en foros y programas a nivel nacional e internacional) de mostrarse como una fuerza beligerante con un proyecto político (no como una fuerza terrorista) y porque los medios de comunicación no pueden seguirlas mostrando como otrora, a pesar de los esfuerzos diarios de importantes medios que insisten en sacar réditos políticos con ésta línea política.

Esto quiere decir, haciendo uso excesivo de la síntesis, que ya no hay FARC para justificar X o Y campaña política.

Este panorama nos lleva a un escenario en el que nos corresponde asumir con inteligencia y versatilidad una agenda que nos permita aglutinar la mayor cantidad de fuerza posible para aspirar a tener un gobierno propio o a apostarle a un gobierno de transición que garantice la implementación de los acuerdos.

A diferencia de lo que algunos plantean, considero que la apuesta debe ser a la inversa, es decir, definir como plan A una candidatura propia y en su defecto acudir a un plan B que sería una candidatura en alianza.

Lo principal ha de ser la elaboración de un programa mínimo de reivindicaciones económicas (incremento considerable del salario mínimo, reforma tributaria progresiva), de reformas al sistema de justicia (condena frontal y ejemplar a la corrupción), al sistema de salud, de educación gratuita y universal para los estratos 1 y 2 y a un plan agresivo y real de generación de empleo que ponga en la retina de la gente del común una posibilidad real de salir de la miseria y la exclusión, decirle a la gente que es necesario que los de arriba suelten a los que están abajo y que para eso va a ser nuestro gobierno.

¿Populismo? ¿Por qué no?

A diferencia de la derecha, nuestras propuestas hacen parte de nuestras convicciones y proyectos políticos, lo de la derecha es pura demagogia. Entre otras cosas, es importante tener en cuenta que en el país, nunca en su historia republicana de más de 200 años, ha habido un gobierno de izquierda o progresista, todo lo contrario, el poder y el gobierno ha estado en manos de los ricos y poderosos, es hora de cambiar.

La táctica.

La unidad se hace entre iguales y similares, y con quienes tengan ganas de hacerla. En el espectro político de quienes pueden aproximarse a ésta idea están la Marcha Patriótica (su pluralidad de sectores), la UP, el Congreso de los Pueblos, el movimiento político que surja de las FARC-EP y el ELN, algunos sectores del PDA, de la Alianza Verde y si Petro se decide a deponer sus egos y sectarismo, podría cuajar dentro de éste frente, que siendo optimista puede tener una votación acumulada de cerca de un millón de votos o más, como punto de inicio.

Para ello se realizará una Cumbre Nacional de delegados (de aquí a seis meses) de las diversas fuerzas políticas en las que se definirá de manera prioritaria el programa de gobierno, las normas de funcionamiento del frente, su dirección, una lista unitaria (preferiblemente cerrada) al Congreso y la candidatura Presidencial. De igual manera, se definirá un mecanismo de consulta o encuesta con en el que mediremos la fuerza de nuestra candidatura para establecer si existen condiciones para ir a la primera vuelta y de lo contrario permitir que se haga una alianza con un sector que sea garante de la implementación de los acuerdos y que permita un papel preponderante de nuestro frente en dicho gobierno.

La contienda.

Nos enfrentaremos a Vargas Lleras quien comenzó su candidatura hace tres años, con una chequera abultada y dispuesta para asegurar alianzas y compra de votos, una estructura política fortalecida a pesar de los escándalos de corrupción que lo aquejan en estos tiempos, además del apoyo del poderoso cartel de la contratación y de estructuras del paramilitarismo reencauchadas electoralmente en su partido político, con gran fuerza en la región caribe. Estos presupuestos garantizan a Vargas Lleras salvo extraordinarios acontecimientos, su paso a la segunda vuelta.

En la misma orilla pero un poco más al extremo derecho se encuentran las campañas del uribismo. El escándalo Odebrecht terminó de sepultar cualquier aspiración de Óscar Iván Zuluaga, quien fue entregado en bandeja de plata por Uribe, abriéndole el paso a Iván Duque, que figura como un tipo reposado con imagen fresca y de la confianza de Uribe, sin embargo, el coletazo de Odebrecht lo golpeó con una fuerza considerable cuyos efectos aún están por verse. Esto tiene al Centro Democrático en una rebatiña interna que no parece resolverse en el plazo inmediato, dadas las acusaciones, ataques y señalamientos que entre sí se hacen. No sabemos a ciencia cierta si Iván Duque llegaría al debate electoral con la imagen limpia como para asumir con tranquilidad esta enconada lucha.

Alejandro Ordóñez y María Fernanda Cabal, merecen especial atención. Aunque son personajes con bajísimos niveles de popularidad y altísimos niveles de reprobación, le apuntan a hacer una fórmula pura de la ultraderecha, ya que en su lenguaje Uribe es “blandengue”. Su objetivo es catalizar el odio y miedo al comunismo, a Venezuela, a Cuba y demás parapetos de propaganda negra, para lo cual disponen de importantes recursos y asesores en marketing electoral. El efecto Trump los motiva en su aspiración y su idea no es del todo descabellada, recordemos en qué país vivimos y la aceitada maquinaria electoral del Partido Conservador que de sonarle la flauta a dicha candidatura, se embarcaría con todos los fierros, su último gobierno fue el de Pastrana, 1.998-2.002.

Sergio Fajardo y el amague de Claudia López y Jorge Robledo. Fajardo es el único de los candidatos hasta ahora mencionados, curtido electoralmente, al igual que Vargas Lleras y Petro, gozan de renombre a nivel nacional. Desconozco las posibles alianzas de Fajardo, pero es posible que Clara López le apueste a ser su fórmula vicepresidencial, lo cual lo haría una candidatura aceptable (desde el punto de vista electoral, que no programático), toda vez, que recogería al electorado antioqueño y al bogotano, nada más y nada menos.

Claudia López y Jorge Robledo no tienen ninguna posibilidad de ser candidatos y de serlo, no pasarían de 500 mil votos si es que les va bien, todos sabemos que su meta principal es la Alcaldía de Bogotá, para lo cual la tribuna de la elección presidencial es válida.

Humberto de la Calle y el Partido Liberal, hacen parte del partido con mayor peso en la burocracia y dirección del gobierno, llevaron en sus hombros el peso del proceso de Paz y la defensa de un gobierno desacreditado y con poca o nula aceptación, dados los altos niveles de corrupción del mismo. A pesar de ser un hombre veterano, se le podría ver como un tipo cansado (por la edad) y desgastado por los resultados del plebiscito, cuya derrota le significó un alto costo político. De ellos depende (Partido Liberal) que su imagen y fuerza crezca, no de la izquierda como algunos compañeros llaman a hacer para salvar el gobierno de transición. Los gobiernos de transición se hacen con fuerzas políticas diversas con importante peso en la vida política, llámese electoral o de masas, con intereses coyunturales en común, por los cuales se está dispuesto a deponer diferencias de fondo en aras de avanzar en la consolidación de cada proyecto, en concreto es una pausa para vencer a alguien más peligroso. No es una hermandad o un maridaje, mucho menos una fusión por reflexiones y concesiones que de buena fe le hace el uno al otro, la política es un campo de batalla en el que gana no sólo el más fuerte sino el más inteligente.

Por último, el Partido de la U, es al igual que el Partido Conservador, un partido progobiernista, es posible que lancen a algún anzuelo para entrar en las negociaciones burocráticas, aunque en realidad su apuesta está en las elecciones a Congreso, son una votación actual de más de 2 millones 200 mil de votos, cifra nada despreciable para inclinar la balanza presidencial.

En todo caso, y si perdiéramos las elecciones ora con candidatura propia, ora con candidatura aliada, ¿Cómo haríamos valer la implementación de los acuerdos de paz sino es con una fuerza política unida, sólida y con un proyecto definido?

Y sí compañeros, hay que apostarle a la implementación pero haciendo que ésta dé votos, haciéndola llamativa, que convoque y enamore a los colombianos que votan y en especial a los abstencionistas que son la mayoría, sino entonces cómo.

Dispersos somos débiles, unidos somos un volcán, dice la canción.

Con afecto.

Gary Martínez Gordon


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